Preciosa fecha para recordar, para celebrar, para empezar una nueva vida. Recuerdo el miedo y el temor, más que miedo pánico a salir al mundo exterior. Quería salir de ese hospital, de esas cuatro paredes que habían sido una cárcel para mí, una tortura psicológica, pero que en fondo sabía era lo correcto y bueno para mi bienestar físico y mental. Me sentía protegida, querida, escuchada y, sobretodo, entendida por la gente que allí me rodeaba; aunque esa misma gente me exigiese que comiese y me hablase clara y duramente. Regresar al lugar de origen, a mi casa, a mi isla, era volver a mi hogar, mi familia... iba a escribir mis amigos, pero debo reconocer que no quedó ninguno tras esta amarga experiencia. Tan solo el fuerte cariño y amor de unos padres, el apoyo incondicional, cariñoso y afectuoso, como nunca me lo había demostrado, de un hermano. Comprensión y apoyo de compañeros tal vez, pero a aquellos que yo consideraba amigos... no los encontré.Por no tener, no tenía ni el amor del hombre que un su día se enamoró de mí. Ese encanto, ese amor, esa pasión... desaparecieron igual que los amigos.
Y ese día, un dos de mayo, tantas y tantas veces que había deseado salir de ese lugar, tantas veces que había odiado estar ahí metida, que lloraba en silencio preguntando porqué yo, qué he hecho tan mal, porqué este castigo, hasta cuando aquí dentro, no me entienden... Pues ese día, lloraba al tener que irme, de emoción, de gratitud, de cariño hacia las enfermeras y chicas que habían compartido conmigo tantas charlas y conversaciones conmigo intentando hacerme entender, hacerme comprender el verdadero valor de las personas, animándome en cada pasito que daba hacia la curación, en mejorar las relaciones entre cuerpo y mente, entre mente y alimentos, emoción por despedirme de las compañeras, chicas que pasaban por lo mismo que yo, incluso mucho más jovenes, con la problemática de adolescencia añadida... Como nos uniamos ahí dentro, nos sentiamos una familia, llorabamos y reiamos juntas. Al marcharnos, sabiamos que cada una continuaba su camino en solitario, sin apoyarnos la una en la otra. Para eso era el período de aprendizaje, para valorarnos y aprender a cuidarnos solas. Lágrimas porque era consciente de lo que me tocaba afrontar. Sabía que salir, regresar, irme de ahí, era enfrentarme a la realidad: mi vida no era la de antes. La auténtica batalla y demostración de valentía que podía, y quería, vivir plantándole cara a la enfermedad empezaba ahora.<>
Hace tres años de ese dos de mayo y sigo recordándolo como si fuera ayer... Hoy es un día gris, nublado, y no me ayuda en este turbulento estado anímico y de pensamientos. Sigo en "libertad", sobreviviendo en esta sociedad sin haber vuelto al lugar donde entré. Pero tengo miedo.
Hace tres años. Tres años y todavía hay días en donde siento que la comida me controla a mí, bien por restricción, bien por abuso. Días en donde mirarme en el espejo es un tormento. Días en donde la mente es mi peor enemiga porque sus palabras alimentan mi desconfianza, mi temor mi baja autoestima. Días en donde el cajón que pensamientos negativos se abre solo: tanto dolor y no avanzas nada, para qué sufres dos días si al tercero caes en la trampa de la gola, a quien pretendes engañar, sufres por cuidar una belleza exterior que nadie valora, sólo tú, qué estúpida eres, te castigas mental y físicamente y aún así no eres feliz... Días que sé que es mejor no pensar, no mirarme, porque esa es mi mejor ayuda. HOY ES UN DÍA DE ESOS.
Y no me siento mal por ello, sólo triste, decepcionada tal vez, pero aprendiendo a no exigirme tanto, a confiar y estar tranquila conmigo misma. Sé que voy por buen camino, poco a poco... Me doy tregua, posibilidad de error, de equivocarme, de probar, de cambiar. Cada uno de esos errores es oportunidad para aprender, crecer y avanzar en mi bienestar. No busco bienes materiales, me conformo con el bienestar emocional.


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